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dando voz a

UN CURSO DE AMOR

Me presento...

Desde muy pequeñita, sentí una fuerte atracción por la dimensión espiritual de la vida. El lugar más a mano para canalizar esa llamada, en la ciudad de Buenos Aires, donde nací, era la Iglesia católica. Ahí volqué entonces, siendo niña, mis deseos de conocer el plano más profundo de mi ser. No encontré allí, sin embargo, lo que mi corazón anhelaba.

Decepcionada, me cerré a la dimensión espiritual, y procuré olvidarla. Canalicé entonces esas ansias de conocimiento profundo en un espacio que me ofrecía más libertad: la ficción literaria. Me parecía que, en el ámbito de la ficción, el ser humano se permitía expresar la verdad de su existencia con más libertad que en otros espacios. Hice entonces la carrera de Letras, en la Universidad de Buenos Aires. Sonrío, ahora, al recordar aquella época, en la que tanto me seducía la intelectualidad

El amor era para mí, en aquel entonces, algo que sólo podía provenir de una fuente externa y que tenía principalmente la forma de pareja romántica. Era incapaz entonces de reconocer el amor en mí, en mi familia, en mis amigas, en la naturaleza… en todos los sitios donde siempre estuvo dándoseme, sin que pudiera recibirlo.

El dolor de no sentirme amada y la necesidad vital de conocerme sin el condicionamiento de miradas familiares, me llevó a instalarme sola en Madrid, a los 29 años. Allí, todo lo que hasta ese momento había imaginado ser, se derrumbó. La vida me regaló un cóctel de circunstancias que me obligaron, muy pronto, a morir a lo que había sido, y nacer de nuevo.

Ya no era la intelectual de antaño. Ya no sabía quién era. La pareja que tanto me importaba se había roto, dejando en su lugar una bebita de tres meses, a cargo de una mamá que se sentía una niña, herida y sola, que no sabía quién era, y que no encontraba el amor del que sujetarse en semejante terremoto emocional.
Gracias a Dios que no tuve de dónde agarrarme, porque fue así como empezó mi verdadero viaje: el viaje hacia mi interior, hacia el Amor que siempre estuvo ahí, esperándome.

Como le había cerrado las puertas a Dios, el Amor buscó otras vías de entrada para llegar a mí. Tenían que ser formas muy distintas de la espiritualidad que había conocido en la Iglesia, para que no las rechazara. Supo colarse, sabiamente, en dos puertas que tenía abiertas: el trabajo corporal consciente (a través del Yoga), y la investigación acerca de cómo dejar de sufrir (a través de Buda). Así, sin darme cuenta, fui reabriendo, de a poco, las puertas a la dimensión espiritual de mi vida.

Fue tanto lo que me aportó el Yoga, que muy pronto di comienzo a los estudios formales que me permitirían enseñarlo. Tras cuatro años de formación, empecé a dar clases de Yoga por todo Madrid, y llegué a crear mi propio Centro.

Me parecía que había alcanzado lo que buscaba. Me sentía muy feliz y útil, al transmitir a otros lo que tanto me había ayudado a mí. Mi vida tenía, por fin, un sentido y un propósito que me colmaban.

Sin embargo, no era ése el final del camino. Simplemente, estaba preparada para el siguiente paso: el reencuentro con la figura de Jesús, a quien había negado y olvidado, al asociarlo totalmente con la Iglesia. Llegó el momento de conocer Un curso de milagros.

No fue fácil ni rápido mi acercamiento a ese libro, que años después se convertiría en mi tesoro más preciado. Tuve que sortear varias resistencias internas. Cuando finalmente me rendí, Un curso de milagros se transformó en mi pasión. (¡Llegaba a dormir con el libro sobre mi pecho, por no despegarlo de mi corazón!).

De manera natural, pronto comencé a guiar grupos de estudio de Un curso de milagros en mi centro de Yoga. Recuerdo que por aquel entonces solía pensar en Rosa María Wynn (traductora de Un curso de milagros) y que la imaginaba absorta y maravillada al hacer su labor. ¡Qué habrá sentido, al hacerlo!, me preguntaba. ¡Qué maravillosa misión, la suya! No tenía idea, por aquel entonces, de que ya existía la continuación de Un curso de milagros (que había empezado a canalizarse el mismo año en el que yo me instalaba en España).

Una mañana de abril, algunos de años después, recibí un mensaje, a través de Facebook, de un conocido canal de Jesús. El mensaje decía que el editor de A Course of Love en Estados Unidos había recurrido a él para que lo guíe a alguna persona que pudiera traducir el libro al castellano… y que “el Espíritu lo guiaba hacia mí”.

Una semana después, en un retiro, conocí a Coralie Pearson, con quien me tocó compartir habitación. Al enterarme de que ella era traductora profesional, pensé que no podía ser casualidad, y que tal vez el pedido consistía en que le entregara a ella el encargo. Así que le comenté todo esto. Al principio, ella rehusó el ofrecimiento, alegando que tenía mucho trabajo. Le pedí entonces que dejara reposar la propuesta, y que volviéramos a hablarlo cuando terminara el retiro. Llegado ese momento, su respuesta fue que aceptaba ocuparse de la traducción, con la condición de que lo hiciéramos juntas, como un equipo.

Con el fin de poder brindarme por completo a la traducción de Un curso de amor y a mi propio viaje de transformación a través de él, cerré mi centro de Yoga, dejé el piso que alquilaba en Madrid, y me mudé a la sierra. Solté, además, toda fuente de ingresos, con la intención de experimentar con plena confianza la Verdad.

Algunos meses más tarde surgió un primer grupo de personas que se reunían en mi casa para compartir el Curso, al que todavía le quedaban unos años para publicarse. Con el tiempo, los grupos fueron multiplicándose, y fue necesario que viajara a distintas provincias de España para acompañar a distintos grupos que así me lo solicitaban.

Los cambios que presentó el 2020 me invitaron a pasar al formato online. Gracias a ello, hoy puedo acercar el Curso al mundo entero.

Mi viaje personal con el Curso continúa. Al compartirlo, surge la relación, que es la que me permite comprender quién soy, y expresarlo.

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